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Un destacado desempeño han tenido los deportistas chilenos en los Juegos Suramericanos de Cochabamba. El Team Chile se puso como objetivo repetir las 27 medallas de oro conseguidas en 2015 y ya suman más de 30 preseas, cuando aún faltan una serie de disciplinas por definir y disputando codo a codo el medallero ante potencias continentales como Venezuela y Argentina.

Sin embargo, el boxeo pareciera que vive en un mundo paralelo: Sumó apenas dos medallas de bronce y una de ellas se obtuvo sin siquiera ganar una pelea.
Antes de llegar a Bolivia, Miguel Veliz, Joseph Cherkashyn y Eduardo Zuleta tuvieron un campamento en México de preparación al más alto nivel. Sin embargo, sobre el ring se vieron más lentos de lo normal, exhibiendo serias dificultades aeróbicas para aguantar los rounds hasta el final y, lo que es peor, mostrando las mismas deficiencias tácticas y la ausencia de recursos técnicos que ya habían propiciado el fracaso en los Juegos Bolivarianos de Santa Marta y los Preolímpicos de Baku y Buenos Aires.


Sin pretender personalizar esta desgracia, Miguel Véliz, el más experimentado y prometedor de los tres, aseguró antes de partir que no aceptaría nada menos que la medalla de plata, lo mismo que ganó en los Odesur de Santiago 2014. El sorteo le fue favorable y quedó posicionado en semifinales, asegurando el bronce sin combatir y con sólo un obstáculo para conseguir su objetivo. Tras perder, culpó a la altura, a las buenas capacidades de su rival y al mismo sorteo que lo puso frente a él.

Ninguna palabra sobre su desempeño o su decisión de pelear sobre los 91 kilos, donde si bien los rivales son menos, también son más grandes. Ninguna autocrítica, sólo cerró sin ningún atisbo de humildad: “Guste o no a muchos, sigo siendo el mejor exponente que tiene Chile en los pesos pesados que está activo”.

Caso distinto fue el de Cherkashyn, que sabiendo la vergüenza deportiva de caer en la primera pelea, no se deshizo en explicaciones y guardó silencio. Por otro lado, Eduardo Zuleta, quien en el papel tenía más razones para celebrar porque eran sus primeros juegos y fue el único que ganó un combate, sólo se limitó a pedir disculpas a quienes lo siguen por no conseguir algo mejor que el bronce.

En los números el resultado es paupérrimo. A nivel continental quedamos últimos en el medallero junto a Guyana y superados inimaginablemente por Bolivia y Perú.


¿Quién es el responsable de esta hecatombe? Todos los dardos apuntan al coach Jesús Martínez, quien finalmente termina su ciclo al mando de la selección tras la seguidilla de malos resultados. Sin embargo, los problemas del boxeo olímpico no se acaban con el entrenador cubano.

En Chile, actualmente no existe ningún plan para formar nuevos entrenadores a nivel internacional. El mes pasado, la selección juvenil se trajo dos medallas del torneo continental de Colorado Springs y otro par de clasificaciones al Mundial de Hungría. La hazaña de estos pequeños púgiles no fue mayor porque llegaron sin un coach calificado a Estados Unidos y tuvieron que pedirle ayuda a las otras delegaciones para que estuvieran en la esquina. Para peor, estos jóvenes volvieron al país y descubrieron que no hay presupuesto cortado para viajar a Budapest.

En el papel, no se avizora que la situación mejore: se necesita un recambio en el equipo adulto, varios púgiles seleccionados arriesgan perder su beca Proddar porque no han rendido y probablemente deban migrar al profesionalismo, y no hay un entrenador que prometa liderar un nuevo proceso de manera exitosa en miras a los Panamericanos de Lima, el Mundial de Sochi 2019 y los Olímpicos de Tokio 2020.

Es momento de asumirlo: la escuela olímpica de boxeo chileno está atravesando por una crisis en todo orden (institucional y deportivo) y no vamos a salir del hoyo a menos que la dirigencia deportiva (principalmente la Fechibox y, en segunda instancia, el Coch) determine dar vuelta esta situación -aunque signifique comenzar el proceso desde cero-. Esto implica apostar por traer un coach de excelencia para el corto plazo, formar entrenadores nacionales jóvenes a nivel internacional y que los deportistas dejen de mostrar una actitud poco competitiva y, a la larga, conformista.