El escritor Guillermo Enrique Fernández nos presenta su visión del boxeo. A través de este poema, narra la historia de un peleador que, como tantos otros, busca con sus puños y su valentía hacer frente a la lucha más importante del ser humano, la lucha por la vida.

Torito

Cintura Torito, cintura
no te atornilles al piso,
gira y relampaguea
danzando hipnótico
con los golpes que ponen tu cabeza
fuera del cuadrilátero.

Esta estación detenida en el fracaso,
mientras las babas saltan como monedas
que van a parar a los bolsillos
del representante de turno.

Recuerda a Liaño y su abrigo verde,
el señor del box
que abrazaba tus sueños
y se hermanaba a pesar de su acento español.
Recuerda a Moyita cuando te mojaba la frente,
después de abrir cuerpos con su sierra
en el instituto médico legal de Talca.

Él creía en ti como creía en la virgen de Andacollo.
Una creencia de los descreídos
y de los desesperados,
pero el sudamericano te pertenecía
y te llamaba en el 58,
ya son muchos golpes,
10 años y este galpón que hiede a bosta de vaca.
Siente ese aroma,
llénate de ese aroma, Torito.

Tú, el semental de Cauquenes,
no vayas para atrás,
éntrale en las costillas,
hasta que su respiración sea el eco
de tu jadeo.

No te pienses moribundo,
no te arrepientas de los dos litros de cerveza
de la tarde,
no sueltes el protector bucal
a pesar que ya no tienes nada que proteger.
Don Anselmo, el dentista,
apostó por ti.

Juanita te mira
y su mirada te pesa
como una manta de castilla
empapada por la lluvia
en un invierno remoto.

No es un recuerdo,
es una presencia
¿un fantasma?
Sube la guardia
para que las sienes no se junten
y estallen,
no las oscurezcas,
no oscurezcas pensando
que alguien apagó la luz.
Los gritos son la distancia
de la hospedería y de los borrachos.

Torito, eres el semental de Cauquenes
y un pendejo nortino,
no te puede bajar la cortina,
son sólo 2 minutos del tercer asalto
y los restos de la vida
van quedando colgados
como ropa en las cuerdas.