Artículo publicado originalmente por La Nación en argentina el 5 de junio de 2018. Para verlo pinche aquí.

Si de abrir caminos se trata, la salteña Romina Arroyo lo hace desde hace tiempo. Desde que decidió convertirse en árbitro de boxeo y fue la primera mujer en dirigir peleas por títulos mundiales de hombres y de mujeres. Mamá de un nene de un año y medio, lo llevó a las dos últimas peleas que arbitró en el exterior porque le estaba dando la teta. “La maternidad no es un impedimento para hacer lo que uno ama y mi marido lo cuida y me ayuda”, dice a LA NACION.

Además de trabajar en el ring, Arroyo es concejal desde hace tres períodos en la ciudad de Salta (por Cambiemos País) y desde su banca promovió diferentes iniciativas para la igualdad de género. Estudió licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Córdoba y, en paralelo, se anotó en el curso de jueces y árbitros de boxeo de la Federación Cordobesa.

El “amor por el box” lo trae desde chica, cuando acompañaba a su papá a las veladas de boxeo en Salta. Con él hizo los primeros contactos con el deporte y hasta pasó los carteles entre los rounds. En Córdoba , con su hermano, siguieron yendo a ver peleas.

Tiene 34 años y hace unos 15 que comenzó su carrera en los cuadriláteros. “Empecé con peleas amateurs y después pasé a las profesionales. Al comienzo no fue fácil y sigue sin serlo. Nunca me imaginé llegar hasta donde estoy. El público miraba con cara de sorpresa, pero de parte de los boxeadores siempre sentí respeto”, asegura.

Cuenta que iba a los gimnasios a practicar y que veía peleas: “Empecé a formar parte del mundo del boxeo, y los deportistas veían que me capacitaba, que perseveraba. Para la gente era más difícil ver a una mujer separar a dos que se estaban fajando”.

Con el técnico Alberto Zacarías entrenó un año de alto rendimiento para conocer el deporte. “Creía que también tenía que pararme en ese lugar, aunque no boxeara”. Admite que muchas veces la mandan “a lavar los platos”, pero se entera cuando la pelea termina.

Además de trabajar en el ring, Arroyo es concejal desde hace tres períodos en la ciudad de Salta.

“Estoy tan concentrada que no escucho, pero mis familiares y amigos me cuentan. Igual en general el árbitro no es una persona querida y la confianza una se la va ganando a medida que pasa el tiempo. A los hombres también los mandan a sus casas”, sostiene.

Lleva dirigidas 20 peleas por títulos mundiales en el exterior; pasó por Japón, Indonesia, México, Perú y Mónaco. La designan la Asociación Mundial de Boxeo y la Organización Mundial y aunque arbitró algunas en la Argentina, en la última la Federación Argentina de Boxeo le bajó el pulgar.

“La Asociación me designó para la pelea de Jessica Bopp en el Luna Park , pero desde la Federación Argentina me bajaron sin dar razones. Nunca tuve el apoyo de ellos. Incluso le escribí una carta al presidente (Mauricio) Macri contándole la situación”, dice.

Entre gigantes

En 2012 marcó otro punto en su historia, cuando dirigió una pelea de pesos pesados (más de 110 kilos) en Salta. Fue la primera mujer en hacerlo. Se enfrentaron Fabio “La Mole” Moli y Emilio Zárate por el título argentino. “Para muchos era entre gracioso y ridículo verme entre los dos que me sacaban una cabeza. Pero fue todo bien, una pelea muy profesional que terminó muy bien para todos”, recuerda.

Enfatiza que el periodista especializado Osvaldo Príncipi es uno de sus “sostenes para seguir”. Asegura que varias veces estuvo por abandonar y que él la convenció de que siguiera y de que se apoyara en el reconocimiento de las entidades internacionales.

En 2012 marcó otro punto en su historia, cuando dirigió una pelea de pesos pesados.

“Las mujeres en el boxeo casi no existían. Recién en el 2001 se reglamentó el boxeo femenino por la lucha que llevaba (Marcela) ‘la Tigresa’ Acuña . Hemos hecho un camino muy importante, hoy hay muchas árbitros que dirigen peleas amateurs y mi sueño es que haya más en el campo profesional y de los títulos mundiales”.

Su esposo, Javier Diez Villalba, la acompaña a su trabajo y, mientras ella dirige, cuida al bebé: “Es abogado. Cuando lo conocí no entendía nada de boxeo, no miraba y no le gustaba. Aprendió a amarlo por mí”, dice.

Más allá de las dificultades que afronta –subraya que con la dirigencia local y, en cambio, agradece el apoyo de las entidades mundiales- Arroyo se siente cómoda en un mundo al que califica como “varonil, viril” y al que, insiste, era “impensado llegar” hasta hace unos años “porque siempre había sido de hombres”.

Entiende que ser “pionera” implica sortear los desafíos y aprovecha su espacio para pelear contra la discriminación. “Los caminos se hacen andando y nunca de un día para el otro. Leva tiempo y esfuerzo, pero con pasión se puede”.
Por: Gabriela Origlia

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