El 29 de abril 2017 en la Wembley Arena, ubicada en Londres, se realizó la pelea entre Anthony Joshua y Wladimir Klitschko. En esa ocasión la asistencia subió a la impresionante cantidad de 90.000 personas. Durante la pelea se escuchaban los cánticos incesantes de los ingleses tal como si fuera un partido de futbol. Tras esa velada no quedaba duda: el boxeo en Inglaterra tiene tintes de masividad.

Podríamos pensar que en Chile esto no ocurre y, de hecho, eso no estaría muy alejado de la realidad. En la actualidad, con excepción del futbol, el deporte en Chile no moviliza grandes contingentes de personas. Esto se refleja especialmente en el boxeo ya que, al menos hasta hace un par de años, era difícil congregar a mucha gente en una velada. Fuera profesional o amateur, el público del boxeo chileno estaba desaparecido.

Sin embargo, dicha situación no siempre fue ese modo. Entre la década de 1930 y 1950 el boxeo se posicionó como un deporte muy relevante, disputándole espacios a otras disciplinas deportivas. Un buen ejemplo fue la pelea entre Luis Vicentini y Estanislao Loayza el 26 de octubre de 1930, que congregó a un aproximado de 100.000 personas en los campos de deporte de Ñuñoa. Nada que envidiarle a Inglaterra.

Este pequeño flashback lo presentamos a partir de la velada en el teatro Caupolicán el sábado 16 de junio de 2018. Hasta el lugar concurrió un marco considerable de público, llenado prácticamente el espacio. Pero eso no es todo. La transmisión televisiva fue algo de suma importancia también, considerando que es el medio más consumido por los chilenos. Respecto a este último punto, las dos exhibiciones televisadas anteriores (de la Crespita y el Aguja González) fueron también muy importantes. Así, podríamos afirmar que este año se ha consagrado como un momento donde la masividad, vía medios de comunicación al menos, ha vuelto tímidamente. Esto podría abrir la pregunta ¿Hasta qué punto podríamos recuperar al público que alguna vez tuvo el boxeo en Chile?

En particular esta velada fue, sin lugar a dudas, un hito importante para intentar recuperar la visibilidad del boxeo chileno. La cartelera prometía. Un título nacional y el título sudamericano en juego. La pelea de semifondo fue tan espectacular como se esperaba. Iquique, uno de los centros más importantes del boxeo nacional, ponía en disputa la corona de los superligeros a través de Ramón Mascareña. El combate contra el aguerrido “Maldá” Medina fue tal y como se esperaba: intenso de principio a fin. La pelea de fondo también fue de acuerdo a las expectativas. Julio Álamos mostró una izquierda muy afilada mediante el uso del jab y el cross lo que, combinado con una serie de derechas al cuerpo y arriba, quebraron al brasileño en el cuarto asalto.

La velada cumplió lo que se propuso y parece haber captado la atención de más personas, lo que es un muy buen primer paso. Sostener la presencia en medios masivos parece ser una estrategia interesante y probablemente acertada para reflotar, al menos en términos de audiencia, el boxeo chileno. Esto debería ser un estímulo para los o las pugilistas, quienes deben mantener un nivel técnico lo suficientemente pulido para mostrar su mejor boxeo a los más antiguos y asiduos espectadores, así como a los nuevos que se han venido a sumar (o se sumarán) con estos espectáculos masivos y/o televisados.

No obstante, tampoco debemos olvidar los prejuicios que rodean a los deportes de contacto. Basta recordar una nota del paso de la UFC por Chile, la que hizo hincapié en su alta violencia. En ese sentido, el boxeo chileno, como espectáculo, debería mostrar lo que es realmente como deporte: un combate donde se desarrollan y aplican un sistema altamente complejo de ataques y defensas, en donde la ejecución técnica y estética debería ser primordial. Si los eventos masivos y televisados se siguen realizando, estarán en manos de los púgiles demostrar esto.