Ramón Mascareña se ve contento en la ceremonia del pesaje al interior del Habana Boxing Club, centro de operaciones para la velada que estelarizarán Julio Álamos y Felipe Santos. El campeón súper ligero de Chile está relajado, sacándose fotos con su equipo, una pila de iquiqueños, todos vestidos de negro y mostrando orgullosamente la insignia del CBT (Charly Boxing Team) para marcar territorio en la ajena ciudad de Santiago.

Mascareña no quiere responder preguntas. Ha dado apenas 100 gramos menos del peso pactado y está ansioso por recuperarse. Horas más tarde, con su team llegarán hasta la Piccola Italia para saciar el hambre.

Sentado en el otro extremo de la mesa, Héctor Medina mira a todos con nerviosa seguridad. El retador acaba de ceder dos kilos en el pesaje y, en las palabras finales, su entrenador lo mira desde el público porque no caben más personas frente a las cámaras. Está solo. Toma el micrófono y afirma: “Yo aquí no vengo a matar o morir, vengo solo a matar”. Le dicen “El Maldá” desde niño -explica- porque era muy inquieto. Afirma que ha pasado frío, que ha entrenado a la intemperie y reconoce que está nervioso porque en sus 17 años de carrera, jamás ha dado una entrevista.

A diferencia del campeón, que peleó hace solo 20 días, Medina no se sube a un ring hace seis meses. Y antes de eso, hace seis años, cuando vivió una especie de retiro en 2011 y se ocultó en el anonimato tras una seguidilla de derrotas ante el hermano mayor de Mascareña -que se llama igual-, el “Tigre” Palma, el “Huracán” Paredes y la “Máquina” Bravo, estos tres últimos con un amplio bagaje internacional y que han ostentado el título de campeón nacional. Ninguno lo noqueó.

La previa

Al interior del Teatro Caupolicán apenas se siente el frío que azota de extremo a extremo la calle San Diego. El público ha respondido y quedan pocos asientos vacíos. Las peleas amateur transcurren, sin mayor trascedencia, sobre el ring. Con excepción tal vez de Alan Sepúlveda, prospecto del Club México que ha evidenciado significativos avances.

Con la música de Rocky aparece Medina, con un short morado y vivos blancos que claramente no es de su talla. Lo acompaña en la esquina su entrenador, Alonso Acevedo, y el excampeón súper pluma de Chile, Luis “Motorcito” Parra, ambos pilares fundamentales de la escuela de boxeo San Joaquín.

El público está expectante, salvo un grupo de borrachos completamente eufóricos, que pagaron las entradas más caras para sentarse en uno de los palcos y tener total libertad de gritar tonteras. Uno de ellos asegura que Medina no es brasileño, que les mintieron y que les devuelvan la entrada. Sin embargo, ante la ignorancia de los prepotentes, en la galería reconocen al boxeador que ya está sobre el ring y aparecen tímidamente los primeros gritos de aliento: “¡Maldá, Maldá!”.

Sin embargo, la salida de Mascareña es otra cosa. El púgil aparece vestido de azul eléctrico rodeado por su team. Ya no se ven tan simpáticos, todo lo contrario, se muestran hostiles ante quien sea que aparezca en el camino, como una pandilla que abre paso a su líder. La imponente figura de Charly Villarroel, entrenador del campeón invicto, es casi la de un guardaespaldas. El resto levanta sus cinturones y se los enrrostran al público. El ignorante del palco grita enajenado: “¡Dale, Ingeniero!” y todos lo miran con desaprobación. No tiene idea de dónde está parado.

El árbitro Martín Renom los llama con semblante serio y concentrado. También es su debut en un título masculino de Chile y quiere hacerlo bien. Les da las advertencias de rigor: nada de golpes antirreglamentarios. Sabe que ambos púgiles son su responsabilidad. La ring girl del combate, Karen Kilonsovich, se pasea con elegante paso sobre la tarima, armada solo con el letrero que anuncia el primer asalto. El time keeper, Patricio Artigas, la mira sin mayor expresión en su rostro y se frota las manos. El comisionado Luis Valenzuela le da las últimas instrucciones a Renom. Este responde con el pulgar levantado. Un último suspiro. Suena la campana.

Primer round

Como si fueran dos científicos, ambos boxeadores experimentan con su jab. Mascareña se cierra, Medina se sumerge y lo rodea. El primero más estoico en el centro del ring, el otro es movedizo. De pronto, un upper del retador rompe la tregua. El iquiqueño acusa recibo y lo manda a volar a las cuerdas con un mensaje claro: llegué a esta pelea más grande, más pesado y más fuerte. Toma cofianza y empieza a conectar. Da la impresión que su victoria será segura y por la vía rápida. Medina tambalea tras recibir dos golpes al hígado, abraza al campeón y toma aire. La campana lo salva.

Segundo round

Medina reaparece recuperado y comienza a girar alrededor del campeón, como si fuese tejiendo una telaraña a su alrededor. Se acerca y retrocede, flota de lado a lado y repite. Se sabe más ligero. Su movilidad molesta a Mascareña, que arremete con un volado de derecha en la mejilla del retador. El ataque enfurece a Medina, que lo toma del cuello y le propina una serie de uppercuts en el rostro. A esa altura, el campeón se ha dejado provocar, deja de utilizar el jab y cae, definitivamente, en la trampa.

Tercer round

Medina ya ha conectado tres derechas limpias, la última en el mentón. Mascareña no encuentra respuestas y retrocede. Sigue aferrado, casi como si tuviera raíces en los pies, en el centro del ring. De contragolpe, logra conectar un hook al cuerpo, pero el retador le responde con un uppercut. El campeón se protege con una guardia muy cerrada. Está entregado a su rival, a piacere. Ha perdido el ritmo del combate y le han tomado la distancia.

Cuarto round

Suena la campana y ambos boxeadores chocan en un fiero intercambio de golpes en el centro del ring. No quieren ceder un centímetro. Sin embargo, nuevamente la derecha de Medina se impone. El campeón retrocede, pero vuelve al ataque. Quiere recuperar el terreno perdido y logra meter golpes, pero el “Maldá” lo toma del cuello, le conecta otro uppercut y lo mete entre las cuerdas. Medina se aleja, le abre los brazos al público y este estalla en algarabía. Mascareña no sabe a quien pedirle explicaciones. Sigue boxeando, conecta a veces, pero nada muy determinante. Levanta su brazo derecho para darse ánimos, pero en su mirada abunda la confusión.

Quinto round

Medina tiene total control del combate. Le ha demostrado a Mascareña que no es sólo un boxeador agresivo, sino también astuto y audaz. El campeón logra meter un upper al mentón y deja a su rival tambaleante. El retador no se queda atrás y conecta dos derechas de lleno. La segunda no da del todo bien y le fractura la mano. Pese al dolor, El “Maldá” se defiende con el jab y cierra el round con un contragolpe de izquierda que deja sentido a Mascareña. Pese a todo, de aquí en adelante ya nada será lo mismo.

Sexto round

Queda media pelea y Medina es un león herido que utiliza su izquierda para un ataque sucesivo de golpes rectos. Mascareña, que no ha encontrado respuestas en el ring, nota que su rival ha abandonado la derecha y se lanza al ataque. El retador, poco acostumbrado a retroceder, resbala con el logotipo estampado en el centro del ring. Trata de meter la derecha, pero le duele más a él que a su rival. Aún así, disimula y sigue jabeando. Sobrevive.

Séptimo round

El “Maldá” toma una decisión y recurre a su movilidad. Empieza a girar para que Mascareña lo pierda de vista. Lo confunde y el campeón se desespera. Le conecta en la nuca y el árbitro Renom le llama la atención. Medina mira el suelo y se pasea, como buscando respuestas. Solo tiene tres armas: Su izquierda, sus piernas y su cintura, pero nada produce mucho daño en el campeón, cuyo físico ya comienza a mermar y completa su round con menos golpes lanzados.

Octavo round

Ambos púgiles chocan en el centro del ring. Medina acusa un cabezazo, el árbitro llama al médico y castiga a Mascareña con un punto. El campeón ríe, argumenta que fue casual y pide explicaciones. Retoma el combate más agresivo y busca el intercambio. El retador acepta gustoso pese a su desventaja. De su ceja derecha brota la sangre y le cubre el rostro. El cross de izquierda del iquiqueño entra con fuerza por primera vez en todo el combate. Medina vuelve a su rincón completamente agotado. Lo acompañan en su mente sobradas razones para abandonar la pelea.

Noveno round

Sorpresivamente y contra todo pronóstico, Medina parte el asalto con una lluvia de golpes sobre Mascareña. Lo ataca con rabia. Ha olvidado que su mano derecha está destrozada y la mete ferozmente. Se queda sin oxígeno y abraza al campeón. Se aferra a su cuello como si se lo llevara el mar. Desde su rincón levantan a su monarca: “¡Iquique, Iquique!”. Pero el público local reacciona y lo pifian. De pronto, el Caupolicán es una caldera. La sangre del “Maldá” llega hasta el pantalón y tiñe de rojo sus vivos blancos. Otro cabezazo, esta vez lo sienten ambos. “Queda un round y medio” -les dice el árbitro- “¿le damos o no?”. Ambos se ponen en guardia.

Décimo round

En su esquina, Medina rechaza el agua y escupe sangre. Se para mirando fijamente a Mascareña, que se acerca para abrazarlo. Responde fríamente y se va al intercambio, pero ya con poca energía. Recibe los golpes del campeón con hidalguía. El público grita angustiado: “¡Maldá, Maldá!”. El campeón está obsesionado, quiere derribarlo pero no puede. Lanza golpes abiertos y al escuchar la campana se queda agachado, como una reverencia con los guantes en las rodillas, tomando aire. Al frente, el retador levanta los brazos, desatando la algarabía del Caupolicán, y espera que Mascareña se pare para fundirse en un abrazo. En su esquina se desploma sobre su entrenador. Llora.

Esa noche, el “Maldá” no ganó el combate por decisión unánime de los jueces (96-93, 95-94 y 95-94), pero sí se quedó con algo más importante: El respeto, el reconocimiento y la vigencia. Mascareña volvió a Iquique con sus cinturones, su décima victoria consecutiva y la molesta reflexión de si debe conceder una revancha. Ambos le regalaron a Chile el combate más épico de la última década.