La primera vez que me interesé por el boxeo cursaba el segundo año de universidad. Dentro de los diferentes autores que debíamos leer, llegó a mis manos un libro que escapaba de la habitual, que en su portada retrataba un típico gimnasio de boxeo de Estados Unidos, donde afroamericanos practicaban sombra, sparring o cuerda. Se trataba de una obra de carácter autobiográfico de Loic Wacquant, connotado sociólogo francés, titulada Entre las cuerdas. Cuadernos de un aprendiz de boxeador. Libro de lectura ágil, que refleja cómo un profesional de las ciencias sociales se interesa profundamente por practicar el boxeo. A tal punto llegó el interés del escritor que, entre los vaivenes del entrenamiento y pasión que le despertaba este deporte, se vio en una encrucijada: seguir con sus estudios o convertirse en un boxeador profesional.

Pasaron algunos años y por causalidades de la vida volví a toparme con esta actividad. El boxeo, como algo más que un simple deporte, implica un aprendizaje permanente, un estilo de vida e incluso una forma de sobrevivencia que constantemente se traduce en avanzar a contracorriente. Son varios factores los que rodean la vida de un aficionado al boxeo, boxeador o aspirante a boxeador. En estas breves líneas intentaré reflexionar sobre algunos de ellos, partiendo de la premisa que para boxear se debe aprender el arte de trabajar sobre el dolor físico y mental, lo que por sí conlleva un cuestionamiento integral a los estilos de vida contemporáneos, donde se tiende a buscar placer y satisfacción mediante el mínimo esfuerzo posible. 

La reeducación física y mental pueden considerarse piedras angulares para las personas que practican este deporte. Por un lado, los movimientos coreográficos del boxeo- donde pies, piernas, brazos, manos, hombros, cadera, cuello, cabeza y espalda se mueven al unísono para defender, atacar y manejar el espacio en el ring- se traducen en lo que a simple vista parece lo más vistoso y popular de este deporte ¿pero qué hay detrás de los estilos de boxeo? Disciplina, organización y estudio. Años de trabajo, cientos de miles de repeticiones de movimientos que comienzan a tomar sentido y a tener fluidez solo cuando el entrenador ha identificado que el deportista logró un nivel adecuado de técnica que lo llevará a ejecutar de manera adecuada una combinación, entregándole identidad al boxeador. Podrán pasar meses o años hasta que el boxeador logre satisfacer al entrenador, pero siempre habrá correcciones, ensayos y errores. Esta primera parte, ligada a lo físico, está acompañada de constantes sesiones de entrenamiento que van transformando la mecánica corporal. Se debe volver a aprender a caminar y respirar, se debe aprender a golpear, se debe aprender a caminar y golpear, se debe aprender a caminar, golpear y fintear, se debe aprender a golpear sin ser golpeado. Se debe aprender a racionar la energía, saber cuándo marcar o cuándo golpear con potencia, saber cuándo salir y cuando entrar, saber disimular el cansancio. En el boxeo, se debe comprender que el cuerpo es una herramienta de trabajo que debe cuidarse y cultivarse, funcionando en términos ofensivos y defensivos al mismo tiempo.

Por otro lado, y quizás tan o más importante que lo corporal, es lo mental. Muchos de los combates se definen por lo mental, por la regulación y control de las emociones ¿acaso es común recibir un castigo sin perder la concentración y el relajo? La capacidad mental refleja el nivel de preparación que ha tenido el boxeador al momento de llegar al combate. Por más que se haya realizado una decena de sesiones de sparring, se haya cumplido la dieta o contemplado un riguroso entrenamiento, resulta trascendental manejar y preparar los combates a nivel psicológico, sobre todo cuando se practica un deporte donde el dolor y el sufrimiento son sentimientos inherentes de esta actividad. Lo mental implica saber detectar y reconocer que en el transcurso del combate el rival logrará conectar golpes que pueden mermar la capacidad física, no obstante, la habilidad mental se sobrepondrá al castigo físico, para así no perder la estrategia de combate y sumar puntos (si es que antes no llega una mano afortunada y certera que llevará a la gloria, el knock-out).

Así, lo mental y lo físico se transforman en el leitmotiv de los aficionados o profesionales del boxeo. Dos aspectos que deben ser trabajados al mismo tiempo con el objetivo de no dar ventajas y transformar al boxeador en una persona integral, capaz de detectar las falencias y virtudes tanto personales como del contrincante. Parafraseando a uno de los mejores púgiles de todos los tiempos, Víctor Galíndez (1948-1980), arriba del ring se pelea con cualquiera y de igual a igual, sin importar en demasía la trayectoria del otro. 

Se podría pensar que practicar boxeo implica romper con las trabas propias de un mundo que nos llama al conformismo y la autocomplacencia, pues el boxeador no solo pelea con otro dando lo mejor de sí, sino también consigo mismo. Quizás, comprender el dolor explícito a nivel deportivo, con sus principios y reglas, se vuelve central en sociedades donde las personas cada vez más adquieren un papel de espectador y no de sujeto de cambio. 

Finalmente, el boxeo invita a reencontrarnos con nuestros orígenes instintivos de sobrevivencia, pero reeducando nuestro cuerpo y nuestra mente a tenor de la competitividad, superación personal, rigurosidad y fraternidad, pues el boxeo- aunque a simple vista pueda parecer un deporte solitario- requiere de otros y otras (familia, amigos y compañeros de entrenamiento) para su desarrollo y crecimiento.